jueves, 29 de abril de 2010

Eduardo Chirinos

Eduardo Chirinos
La lluvia

Vengo de una ciudad donde jamás llueve,
donde el cielo es (como dicen) color-panza-de-burro
y el mar una invisible telaraña que enreda y confunde el horizonte.
Esta tarde llueve en New Brunswick
y me he asomado a la ventana para contemplar otras lluvias.
Aquella en Madrid, por ejemplo, donde el agua nos llegó hasta las rodillas
y seguimos caminando plaf plaf como si nada,
o aquella que nos sorprendió en Tumbes
con sus balsas y caimanes navegando un bosque de palmeras.
¿Qué decir del chaparrón que echó a perder la sepultura de Dante?
Pero esa es una lluvia literaria.
Como decir que duró cuarenta días
o que llora suavemente en mi corazón, que no es verdad.
Es otra la lluvia que recuerdo.
Fue hace muchos años,
el agua salpicaba la tierra y formaba un barro azul y misterioso.
Era el silencio que me enseñaba sus metáforas,
su laborioso lenguaje deshaciéndose una vez más sobre las piedras.

El color de los atardeceres

Atardecer naranja
Con sus nubes raídas
y su sol que alumbra todas las palabras. Una gasolinera exhibe un dinosaurio (aquí hubo dinosaurios)
y una pradera inacabable.
¿Dónde aprendí todo eso?
Descartemos las nubes, son siempre las mismas. Descartemos el sol,
presa fácil de todas las metáforas.
Nos queda la naranja.
Algunos dicen que vino de la India
donde era alimento de los dioses. Otros, que vino de Persia o de Arabia
igual que el nombre y su color.
Virgilio la llamó “aurea mala” y la dejó caer en una égloga.
Colón la tuvo entre sus dedos. Por ella descubrió que el mundo era redondo
y que viajando hacia el Poniente llegaría (como el sol) hacia el Levante.
Ahora estamos solos. Yo y la naranja.
Cuesta siglos decir atardecer naranja.



ANTES DE DORMIR
Es tarde, pero quisiera decir algo
Esa
música tardía, esos ecos que rebotan
en las piedras y crean silencios. No
no es eso exactamente:
entre eco
y eco hay una música y en ella
un ladrido, un dolor, un golpe seco.
La palabra
que alguna vez borramos
vuelve a su lugar
Como la música
tardía, como el silencio.
Pero no es eso tampoco. Escribir:
callar: cerrar los ojos. Ecos
que rebotan en las piedras y de nuevo
el ladrido, el dolor, el golpe seco.
No sé cómo explicarlo.
Pero es tarde
y en verdad no quiero decir nada.


ESCRITO EN LA NIEVE
El húmedo
hocico de los ciervos
frota el cristal de la ventana. Pero
no abro la ventana. Abro el libro
donde viven los ciervos. Los inmortales
ciervos que buscan la fuente.
Salgo a la calle. Pocos automóviles,
nieve en el invierno, cielo azulen el verano. Hojas secas y flores,
muchas flores. ¿Por quéescribo esto? Porque hay en Lima
demasiados automóviles tal vez
porque no hay nieve en el invierno,
ni cielo azul en el verano
Sólo un marcolor de cielo, colinas de arena
y más allá el mundo
donde las estaciones se cumplen.
Eso lo aprendí en los libros: nieve
en los libros y cielo azul y hojas
secas.


EJERCICIOS PARA BORRAR LA LLUVIA
Until the Moss had reached our lips-And covered up -our names-
Emily Dickinson

[1]
el musgo enturbia mi boca enmudece mis labios cómoempezar esta historia había una vez un libro recuerdoapenas ese libro arrancaba sus hojas las veo perderserondar de noche tus almohadas hundirse en el enigmade qué hablas me pregunta hablo de letras y de númeroshablo de ejercicios que son tres de dónde vienen adóndevan por qué celebran la misma ceremonia el mismo olora frío la misma lluvia que creímos olvidada

[2]
es mediodía lo sé porque no hay sombra porque el solse ha detenido a contemplarnos su luz hiere mis ojosenturbia las letras de su nombre no puedo recordarsu nombre se llamaba gauss se llamaba lobachevskyde joven escribió un tratado de jardinería de viejole dijo no a euclides allí aprendimos todo es reducciónla torva mirada de la esfinge la sucia flor del algoritmola equis trazada en su piel con una caligrafía oscura

[3]
atraer el humo y no dejarse asfixiar he allí el primerejercicio ella leyó el poema con desgano noche trasnoche midiendo sus palabras sus mares sus silenciosesperé siglos su respuesta ella prefirió ser enigmame amarás en sueños dijo olvidarás mi nombre borrarásmis ojos y cuando todo sea ceniza volverá el poemasu luz ardiendo en mis noches como una bandera roja

[4]
no esperaba verla en el museo estaba sola cojeaba de un piehace tantos años le dije me dijo es verdad quería verte yotambién nos zambullimos en la alberca golpeamos el cristaldanzamos a orillas de un cielo improbable dos matrimoniosfracasados dos poemas balanceando sus pies en el vacíocómo adormece el vacío como aviva el dolor la cicatrizme pregunta qué dolor qué cicatriz

[5]
el cielo se apaga el sueño del lenguaje se desploma no haylugar para alguien como tú no entiendo qué significa alguiencomo yo estamos en casa de mi abuela la perrita cocoamordisquea los zapatos señal de que hay visitas es mi tíolo acompaña su novia desde hace tiempo la esperaba nosé cómo explicarlo yo sabía su nombre yo veía en sus ojospor qué no la saludas era un niño las palabras se hundieronen mi lengua por primera vez me obligaron a cantar

Eduardo Chirinos en una presentación

Eduardo Chirinos nació en Lima en 1960. Es autor de los libros de poesía: Cuadernos de Horacio Morell, Lima, 1981; Crónicas de un ocioso, Lima, 1983; Archivo de huellas digitales, Lima, 1985; Rituales del conocimiento y del sueño, Madrid, 1987; El libro de los encuentros, Lima, 1988; Recuerda, cuerpo... (Madrid, 1991); El equilibrista de Bayard Street, Lima, 1998; Naufragio de los días –antología poética 1978-1998-, Sevilla, 1999; Abecedario del agua, Valencia, 2000; Breve historia de la música, Premio casa de América de Poesía, Madrid, 2001; Escrito en Missoula, Valencia, 2003 y Derrota del otoño, Antología personal, Guadalajara, 2003. Como crítico literario ha publicado El techo de la ballena (1991) y bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, La morada del silencio, 1998. También ha editado dos volúmenes de poesía peruana: Loco amor, 1991, e Infame turba, 1992-1997; la antología Elogio del refrenamiento de José Watanabe (Sevilla, 2003), y dos libros misceláneos donde conviven la prosa crítica con la crónica y el verso: Epístola a los transeúntes, Lima, 2001 y El fingidor, Lima, 2003. Actualmente reside en Missoula, Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de Literatura Hispanoamericana y española en la Universidad de Montana.

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